Aunque en cierto modo lo entiendo y comparto, nunca sabré con certeza por qué tenemos miedo a la muerte. Al fin y al cabo es como estar dormido, pero sin tener que matar mosquitos o levantarse al baño.
Pero lo realmente complicado es entenderlo teniendo en cuenta lo compleja que es la vida. Es una montaña rusa de sensaciones de lo más variopintas. Un día estás en la cresta de la ola, te sientes el rey del mundo, y en un segundo, pasas a una caída libre de la que no sabes cómo vas a salir.
Y a pesar de todo eso, nos levantamos cada día. Y qué vas a esperar de un día que empieza teniendo que levantarse de la cama.
Yo creo que el secreto de esa fuerza para levantarse radica en las personas que disfrutan contigo en la cresta de la ola y te dan la mano en la caída libre.
Yo me considero muy afortunada, ya que nunca me ha faltado una mano cerca. Pero después de muchas entradas me sentía con la obligación de hacer una especial mención a dos de las manos que más me han sostenido: Silvia y Carlota.
Son tantos años de amistad que ni siquiera recuerdo el día en que nos hablamos por primera vez. Un momento clave en mi vida que en su día pasó desapercibido. Pero tras más de 20 años de confidencias, castigos, lágrimas, risas, fiestas y momentos críticos, cada día lo valoro más.
La verdadera amistad es aquella que con los años se hace más fuerte. Y a pesar de este frenético ritmo que prácticamente no nos deja cuidar las relaciones, para mí cada día son más importantes, y cada día las necesito más. Y espero que sea recíproco.
Es tan importante como gratificante reunirte con alguien al que hace mucho tiempo que no ves y que parezca que no haya pasado el tiempo, que la complicidad siga intacta.
Y espero que nos dure toda la vida