miércoles, 29 de septiembre de 2010

TODA UNA VIDA







Aunque en cierto modo lo entiendo y comparto, nunca sabré con certeza por qué tenemos miedo a la muerte. Al fin y al cabo es como estar dormido, pero sin tener que matar mosquitos o levantarse al baño.

Pero lo realmente complicado es entenderlo teniendo en cuenta lo compleja que es la vida. Es una montaña rusa de sensaciones de lo más variopintas. Un día estás en la cresta de la ola, te sientes el rey del mundo, y en un segundo, pasas a una caída libre de la que no sabes cómo vas a salir.

Y a pesar de todo eso, nos levantamos cada día. Y qué vas a esperar de un día que empieza teniendo que levantarse de la cama.

Yo creo que el secreto de esa fuerza para levantarse radica en las personas que disfrutan contigo en la cresta de la ola y te dan la mano en la caída libre.

Yo me considero muy afortunada, ya que nunca me ha faltado una mano cerca. Pero después de muchas entradas me sentía con la obligación de hacer una especial mención a dos de las manos que más me han sostenido: Silvia y Carlota.

Son tantos años de amistad que ni siquiera recuerdo el día en que nos hablamos por primera vez. Un momento clave en mi vida que en su día pasó desapercibido. Pero tras más de 20 años de confidencias, castigos, lágrimas, risas, fiestas y momentos críticos, cada día lo valoro más.

La verdadera amistad es aquella que con los años se hace más fuerte. Y a pesar de este frenético ritmo que prácticamente no nos deja cuidar las relaciones, para mí cada día son más importantes, y cada día las necesito más. Y espero que sea recíproco.

Es tan importante como gratificante reunirte con alguien al que hace mucho tiempo que no ves y que parezca que no haya pasado el tiempo, que la complicidad siga intacta.

Y espero que nos dure toda la vida



domingo, 19 de septiembre de 2010

Imagina....

Había una vez ......
Un hombre que subía cada día al autobús para ir al trabajo

Una parada después, una anciana subía al autobús y se sentaba al lado de la ventana

La anciana abría una bolsa y durante todo el trayecto,
iba tirando algo por la ventana.

Siempre hacía lo mismo y un día, intrigado, el hombre
le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.

- ¡Son semillas! - le dijo la anciana .

- ¿Semillas? ¿Semillas de qué?

- De flores. Es que miro afuera y está todo tan vacío...

Me gustaría poder viajar viendo flores durante todo el camino. ¿Verdad que sería bonito?

-Pero las semillas caen encima del asfalto,
las aplastan los coches, se las comen los pájaros...
¿Cree que sus semillas germinarán al lado del camino?

-Seguro que sí. Aunque algunas se pierdan,
alguna acabará en la cuneta
y, con el tiempo, brotará.

Pero...tardarán en crecer, necesitan agua ...

- Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!

La anciana siguió con su trabajo ...

Y el hombre bajó del autobús para ir a trabajar,
pensando que la anciana había perdido un poco la cabeza .


Unos meses después...

Yendo al trabajo, el hombre, al mirar por la ventana,
vio todo el camino lleno de flores...

¡Todo lo que veía era un colorido y florido paisaje!

Se acordó de la anciana, pero hacía días que no la había visto. Preguntó al conductor :

-¿La anciana de las semillas?
-Pues, ya hace un mes que murió.

El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje.

«Las flores han brotado, se dijo,
pero ¿de que le ha servido su trabajo? No ha podido ver su obra».

De repente, oyó la risa de un niño pequeño.
Una niña señalaba entusiasmada las flores...

¡Mira, papá! ¡Mira cuántas flores!



Dicen que aquel hombre, desde aquel día,
hace el viaje de casa al trabajo
con una bolsa de semillas que va
arrojando por la ventanilla


sábado, 11 de septiembre de 2010

La bocina hipnótica

Ayer bajé de mi nube.

Dejé por un día mi mundo paralelo. Bajé a la tierra, besé el suelo, y vi un horizonte más azul.

Tuve ganas de salir, correr, gritar... proclamar a los cuatro vientos que era feliz. Que había tenido un día perfecto. Un día de esos que en mi mundo actual escasean.

Hoy me he levantado deseando que mi nube siguiera ahí arriba, lejos, inalcanzable; y que mi nebuloso mundo se hubiera trasladado al suelo que piso.

La euforia vespertina se había disipado, pero mi nube estaba un poco más lejos de lo habitual. Y seguía feliz. Y cuando este sentimiento empezaba a esfumarse, una bocina hipnótica me ha arrastrado a la terraza.

Y allí estaba él. Se alzaba majestuoso en el horizonte. El Grand Mistral. Mi Grand Mistral.

Cuando bajé de ese barco, cinco años atrás, pensé que nunca lo iba a volver a ver, y que la semana más estupenda de mi vida se iba a quedar allí, en mi particular buque de los sueños, vagando por ciudades europeas y puertos de ensueño; dando el relevo a nuevos pasajeros que van y vienen, y dejan su historia impresa en sus paredes.

Pero el destino ha querido que vuelva a mí. Y por un momento, he vuelto a vagar por sus cubiertas, revivir sus espectáculos, conversar con sus tripulantes y pasear por sus destinos. He vuelto a acostarme en Nápoles y despertarme en Malta. A bailar en su discoteca y bañarme en su jacuzzi. Y he vuelto a compartir con mis amigos unos de los mejores días de mi vida.

Pero la bocina ha vuelto a sonar. Esta vez para avisarme de su huída, y despertar de un sueño.

Y mientras la bocina hipnótica se arrastraba mar adentro con una parte de mí, mi nube se ha ido haciendo más débil, y ha comenzado su huída.

Los buenos recuerdos vuelven, inyectan su dosis de melancolía y se van, dejándonos con cierta tristeza. Pero también nos hacen más fuertes, y nos recuerdan que esta vida merece la pena