
Qué difícil es encontrar unas palabras de despedida, cuando todavía ni siquiera asimilo que ya no estás aquí. Y más sabiendo que, si me estás oyendo, estarás pensando:“menuda payasa”.
Tú nos enseñaste todo lo que, como dice nuestro querido Fito, el colegio nunca nos enseñó. De modo que he pensado que lo más fácil va a ser darte las gracias, y decirte todas aquellas cosas que hace días rondan mi cabeza, y no dejan de atormentarme por no habértelas dicho las veces suficientes como para que supieras todo lo que significabas para mí.
Gracias por estar siempre ahí, por ser incondicional
Gracias porque a pesar de que la vida no ha sido nada justa contigo, siempre eras capaz de aparcar tus problemas para escuchar los nuestros y buscar soluciones.
Gracias por mostrarnos siempre una sonrisa, aunque fuera lo último que te apeteciera.
Gracias por tu entereza, tu sarcasmo, tu fortaleza, tus ganas de salir adelante y vivir al máximo
Y te doy las gracias, no sólo porque todas estas cualidades nos hayan hecho disfrutar de la vida junto a ti, sino porque esas mismas cualidades van a ser las que ahora nos enseñen a vivir sin ti. Tú nos demostraste que siempre hay que seguir luchando. Que a pesar de todo, la vida puede ser maravillosa, y hay que esforzarse porque así sea.
Tenemos una deuda contigo, así que lucharemos por seguir hacia adelante cada día, aunque vaya a ser tan difícil que, a día de hoy, parezca imposible.
Pero hasta que acabe siendo como tú y aprenda a vivir sin ti, me limitaré a acurrucarme cada noche junto a aquel pañuelo que un día nos intercambiamos, y que todavía conserva tu olor. Y lo haré con la esperanza de verte en mis sueños. De verte feliz, de verte volar libre por fin, surcando el cielo, como tantas veces habías soñado.
Y hasta que llegue el día en el que podamos vernos de nuevo y reírnos de todo, sólo me queda sentarme a ver nuestras fotos y decirte, por si puedes oírme, que nunca te olvidaré.